miércoles, 30 de julio de 2014

Si Francisco de Asís viviera hoy en América Latina...

[Texto de Pedro Casaldáliga extraído de Al acecho del Reino. Antología de textos 1968-1988, editorial Nueva Utopía y Ediciones Endymión, Madrid 1989, 305 pp]

Si Francisco de Asís viviera hoy en América Latina, viviría franciscanamente, claro, y latinoamericanamente también; pero de modo diversificado, según que viviese en Brasil o en El Salvador o en Bolivia. Porque América Latina, aun siendo una realidad común -«un continente creyente y oprimido», como dicen nuestros teólogos- no deja de ser plural.



De todos modos, viviría como un indio o como un favelado o como un oprimido cualquiera de nuestro pueblo. Sería pobre, pero de verdad. No haría apenas «opción preferencial por los pobres». Porque quien opta por los pobres, es que no es pobre. Y quien opta preferencialmente por los pobres... qué sé yo, es un decir, se queda también, aunque sea menos preferencialmente, con los ricos (nuestra santa Madre Iglesia ha sabido hacer esto muy bien durante siglos, dicho sea con perdón de todos los que somos Iglesia). Sería un agente de pastoral, para poder anunciar más eclesialmente la Palabra. Porque Francisco era muy eclesial. Hoy posiblemente sería menos «eclesiástico".

Se llevaría muy bien, sin duda, con las comunidades cristianas populares. Y sentiría que son ellas las que están restaurando nuestra vieja Iglesia, más o menos en ruinas...

Estaría apasionadamente a favor de la justicia y de la paz. Creo que viviría más politizado -cada época tiene su carisma-, porque no es posible que Francisco de Asís no asumiese Medellín y el grito de los pobres de la tierra latinoamericana y ese vendabal de Espíritu y de sangre que sacude nuestro continente.

Creo que se angustiaría hasta la muerte -posiblemente sería mártir hoy Francisco de Asís, si viviera en América Latina- viendo tanta violencia, crónicamente institucionalizada, que destroza las almas y los cuerpos de poblaciones y naciones enteras.

Sería, ¿cómo no?, un exiliado o un torturado o un desaparecido.

Sería evangélicamente antinorteamericano -con perdón de todos los norteamericanos pueblo, sobre todo de los norteamericanos que son franciscanos por añadidura-; porque me temo que el Sultán de Estados Unidos no lo escucharía con el mismo respeto con que el Sultán sarraceno lo escuchó.

Posiblemente iría hasta Roma, de grumete en un navío, para recordarle al Papa la intolerable atrocidad de las masacres de El Salvador y Guatemala, mucho más intolerables que los conflictos de Beagle o las Malvinas y más que la dura situación de la Polonia papal. De paso, intentaría convencer al Papa de que la revolución sandinista es mucho más cristiana que todos los gobiernos democristianos o las católicas repúblicas del continente que no tienen ningún conflicto diplomático con la Santa Sede Vaticana.

Conminaría a las multinacionales y sus productos químicos y radioactivos y a todos los procesos suicidas que destrozan florestas y contaminan las vidas y los ríos y el aire y la luz de las estrellas.

Asís era una ciudad luminosamente humana: alma, piedra y paisaje. Y Francisco la bendijo, antes de morir, como se bendice el vientre de una madre. ¡Pobre Francisco queriendo bendecir, impotente, las monstruosas aglomeraciones de Sâo Paulo o México, o Buenos Aires...!

Tampoco consigo entender cómo se las haría Francisco para amansar a los humanos (?) lobos de la represión, sueltos a millares por nuestro continente. ¡Qué dulce el lobo de Gubbio junto a esos lobos!

Francisco sería, aquí también, un trovador popular, de guitarra en bandolera, cantando indígenamente el dolor y la esperanza de toda esta Patria Grande, nuestra Indio-Afro-América. La cultura y la religión populares serían su cultura y su religión, pero con mucho aliento de revolución y de teología de la liberación en el fondo del alma y en la exultante boca.

Francisco amaría fraternalmente a muchas Claras latinoamericanas -religiosas y seglares- que viven consagradas al servicio del Reino con una despojada dedicación.

Sé que sentiría delante de ciertas cruzadas contra el comunismo, la misma cristiana decepción que sintió ante las cruzadas contra Mahoma. Porque ni las unas ni las otras combaten limpiamente por el Reino, con la cruz, para la liberación de los pobres. Siendo así que los pobres valen infinitamente más que el santo sepulcro y que los lucros del capital.

¿Fundaría Francisco una familia religiosa, hoy, en América Latina, después de lo que él sabe ahora de las Ordenes y Congregaciones? En todo caso, a su familia religiosa y a las otras familias religiosas y a todos los cristianos nos recordaría que el Evangelio ha de ser entendido «sin glosas» (pero esto nos lo recordaría inútilmente...).

Sería aún más contemplador, si es posible ser más contemplador de lo que fue aquel seráfico contemplativo. Porque la contemplación es tanto más urgente y vital cuanto mayor es la lucha por la justicia. Porque la verdadera revolución cristiana solamente se hace a fuerza de mucha oración. Porque América, con todo el Tercer Mundo, es un continente esencialmente contemplativo.

Para terminar, creo que Francisco estaría muy de acuerdo -aun ruborizándose un poco, si es que hay rubor en la Gloria- con el maravilloso libro que nuestro perseguido teólogo franciscano, Leonardo Boff, acaba de publicar sobre «El vigor y la ternura» en San Francisco.
«Concilium» decía, en un número reciente, que cada uno tiene «su» Francisco, en la mente y en el corazón. Este Francisco de Asís que yo acabo de suponer hoy en América Latina es «mi» Francisco de Asís, evidentemente. Todos los otros posibles Franciscos me merecen el mayor respeto.

Alabado sea mi Señor porque un día nos dio esta criatura humana criatura llamada Francisco y porque todavía hoy nos da esta inquieta voluntad de ser también nosotros latinoamericanamente franciscanos.

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