Exhaustos de símbolos,
opiniones matizables, certezas relativas, verdades por mayoría simple y
demostraciones incuestionables proclamadas por máquinas de cálculo, nos damos
de bruces con la Eucaristía. Con la presencia Viva y Real de Jesucristo. Con el
fruto de una vida entregada. Sólo caben dos opciones: o creer tal cual o no
creerlo en absoluto. Nosotros, no solo porque nos lo han contado, sino porque
lo hemos experimentado en tantas realidades, creemos. Y nos sentamos a la mesa
con Jesús, una mesa en la que se habla del camino y se sueñan proyectos nuevos,
una mesa a la que el Maestro nos invita para descansar en Él nuestro cansancio
y dejar que nos cure las heridas que el trabajo por el Reino nos ha dejado.
Reponemos con su pan nuestras fuerzas, con su vino alegramos el corazón. Es el
mismo Jesús que se parte y se nos reparte, por nosotros. Cuando tomamos y
comemos aquel Pan, nos conectamos directamente con la vida de Jesús, entramos
en comunión con Él, nos comprometemos en realizar la comunión entre nosotros, a
transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.
Este domingo la Iglesia
celebra la fiesta de Corpus Christi, aunque en algunas ciudades se ha mantenido
el jueves, uno de esos que brillan más que el sol. Hace ya 17 siglos Juan
Crisóstomo escribió: “¿Deseas honrar el
cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los
pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo
abandonas en su frío y desnudez.” Hace unos días veíamos las fotos de una
barcaza volcando y el cuerpo de Cristo hundiéndose en el Mediterráneo. Murieron
siete. Hace unos días nos enteramos también de que las fuerzas de seguridad en Melilla han devuelto
en caliente el Cuerpo de Cristo. Treinta migrantes fueron devueltos en una
práctica que la Convención Europea de Derechos Humanos considera ilegal. Hace
unos días llegaba una chica africana a un centro de religiosas pidiendo que le
ayuden a salir de una red de trata. El cuerpo de Cristo violado y esclavizado.
Quedan miles de mujeres en esa situación, muchas menores. Ya seamos curas, ministros,
estudiantes o personas en desempleo no podemos recibir el cuerpo de Cristo si
no nos duelen las entrañas al saber que se está ahogando, que lo están
expulsando y que lo están violando. San Francisco, que comprendió este gran misterio nos dice "Mirad la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones" y nos invita a que " nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero". ¿Queda alguna duda?
Mirando al Corpus, nos
dice el papa Francisco, esta fiesta, en la que ponemos de manifiesto nuestro
gran tesoro, «nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de
aquello que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las
especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos sale al encuentro
en los eventos cotidianos; está en el pobre que extiende la mano, está en el
sufriente que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad
y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la
salvación, que no tiene fe. Está en todo ser humano, también en el más pequeño
e indefenso. La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es
escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede
permanecer indiferente ante aquellos que no tienen el pan cotidiano». Servir
amando. Eso es lo que hizo Jesús; eso es lo que nos recuerda cada vez que le
miramos «Frente a Frente»; eso es a lo
que nos llama cada vez que participamos de su cuerpo y sangre.
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